En su época, Philip K Dick, aunque ya daba muestras de genio, fue un escritor pulp cortado por un patrón tradicional: publicaba donde podía y escribía mucho, rápido y con diversos estilos para maximizar sus precarios ingresos. La inevitable consecuencia fue que muchas de sus novelas y cuentos estaban escritos de forma tosca y, a veces, su lectura transmite la impresión de que nadie los revisó antes de publicarse: las tramas avanzan dando saltos y parecen improvisadas, los personajes hablan, reaccionan y se comportan de forma extraña e incoherente… Ganó pocos premios y atrajo poca atención. Sin embargo, desde su muerte en 1982, su reputación ha experimentado un incremento exponencial. Su figura y obra ha sido objeto de innumerables estudios académicos y un fandom todavía no tan amplio como se merece pero en continuo crecimiento ha ido descubriendo la originalidad de sus ideas, su espíritu transgresor y nuevos significados y conexiones con el mundo real que nos ha tocado vivir. Por su parte, Hollywood lo ha convertido en el autor de CF más adaptado a la pantalla.